testimonio

El tormento de cohabitar con un
abusador que no deja rastro tangible

Con el rostro totalmente limpio, sin ninguna huella de maquillaje, Anahí Girón toma un suspiro y con ello el valor para relatar la historia de cómo comenzó a ser abusada en la relación sentimental que entablaba con su entonces pareja, cómo descubrió que se trataba de violencia psicológica y cómo tomó la decisión de actuar de manera legal por el bienestar de sus dos hijos y el propio; esto, con las pocas fuerzas que le quedaban. 

Anahí es una mujer de 43 años, de tez blanca y con una cabellera tupida de rizos negros que relata que a los quince días después de volver de su luna de miel, tuvo que dormir en el suelo por primera vez luego de una discusión con su esposo. Este suceso fue solo el comienzo de la historia de una mujer que fue agredida emocional, psicológica y físicamente durante veinte años, y que desde el 2020 busca obtener justicia.

Una vez unidos en matrimonio, todas las actividades las realizaban juntos, incluso ir al trabajo, pues ambos eran profesores del mismo colegio. En ese tiempo, su esposo le pedía que no dijera que estaban casados porque no quería dejar de recibir la atención de algunas alumnas, de las cuales Anahí descubría cartas de amor que le entregaban a su pareja y que a él le gustaba guardar. 

El tiempo continuó su curso y con él vino el primer embarazo. La víctima comparte que luego de una visita con el ginecólogo, su cónyuge tomó la decisión de ir a la casa de sus papás, ubicada en una aldea de Sacatepéquez; pero, como no había transporte público hasta el lugar, un vecino accedió a llevarlos en la palangana de un pickup. Pese a no sentirse cómoda por el estado gestacional, él la obligó, y en una curva pronunciada se golpeó con el borde del vehículo, siendo el golpe tan fuerte que perdió a su bebé. 

Aún con el sentimiento presente y lágrimas continuas, recuerda que diez meses después del incidente, quedó embarazada de nuevo, con la condición de alto riesgo. Sin embargo, fue una época de muchos cambios, ya que a la vez dejó de asistir a la universidad, a la cual su esposo le acompañaba todos los días a tal punto de sentarse junto a ella y interrumpir al profesor para corregirlo; tal presión la llevó a tomar la decisión de dedicarse a su salud y la de su hijo. 

Cuando nació el primogénito, en el año 2001, con tal de no gastar en los insumos necesarios, él la forzaba a reutilizar los pañales desechables y se molestaba cada vez que la criatura lloraba. De nuevo, a los diez meses, volvió a quedar embarazada de su segundo hijo, pero cuando éste nació en 2002, el padre se ausentó del momento por completo, pese a que el niño nació con una enfermedad congénita, bajas expectativas de vida y posteriormente diagnosticado con autismo. 

La confusión entre lo que para ella era amor y a la vez ser testigo del abandono intermitente, de las injusticias, del maltrato y de las emociones tergiversadas, llevó a que Anahí comenzara a tener pensamientos suicidas. Todo en simultáneo con el hecho de que comenzó a ser abusada sexualmente por quien una vez le había prometido respeto, protección y compañía eterna.

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Anahí es una mujer de complexión pequeña, pareciera frágil, endeble, como si la tormenta que le azotaba fuera a acabar con ella, pero no. Pese a que la violencia entre pareja se agravó y que en el 2004 él intentó matarla, este fue el vértice de la historia en donde la víctima tomó fuerza, decidió desafiarlo y tomó la decisión de salir a una cena familiar aunque él “no le hubiera dado permiso de hacerlo”.

Con la herida aún en el alma, Anahí comenta que dicha decisión, al volver, le costó la ira total del sujeto, quien arremetió con insultos, gritos, la forcejeó al baño en donde fue abusada sexualmente, la encerró en la habitación y hasta la estranguló con el cordón de una lámpara. Como pudo logró escapar a la casa de sus papás y puso una denuncia ante el Ministerio Público (MP), la cual nunca procedió y por lo cual no se abrió una investigación. 

Quien en ese entonces aún fuese su pareja comenzó a hostigarla constantemente y a amenazar a su familia, por lo que Anahí decidió volver con él con la desdicha de que ahora tenía motivos para denigrarla aún más por el hecho de haberlo denunciado. Incluso cada vez que iban de visita con los abuelos, la suegra de la víctima no la dejaba entrar y solo le sacaba un plato de comida para que se alimentara fuera de la casa. 

Las formas de violencia por parte del abusador evolucionaron hasta el punto de cortar todo apoyo económico para sostener los gastos del hogar y mantener a su segundo hijo en las terapias que necesitaba. Además, le narraba a la víctima con todos los detalles la manera en cómo quisiera asesinarla, y cuando ella trataba de dormir él sacaba la escopeta que tenía bajo su poder, la cargaba para perturbarle el sueño y lograr que no descansara nada. 

Dentro de la relación Anahí rogó varias veces por el divorcio, y la dinámica se había tornado en un vaivén de estar juntos y separados. Para enero de 2021, la desesperación la llevó al intento de suicidió; pero, no habiéndolo conseguido y con el aliento de sus hijos, decidió acudir nuevamente al MP, un par de meses después, a poner una denuncia en contra de su esposo específicamente por violencia psicológica.

En julio de ese mismo año consiguió que le otorgaran medidas de seguridad para su protección. Si bien las amenazas continuaban, su pareja finalmente le ofreció el divorcio, pero bajo sus condiciones, por lo que Anahí debía negar que tenían bienes en común, hijos y tampoco podía reclamar nada a su favor; a lo que ella accedió con el fin de acabar con la situación y firmar el divorcio lo antes posible. 

Sin detenerse a pensar en cómo construir una vida de nuevo, salió de la casa junto con sus hijos porque su exesposo había puesto la propiedad a nombre de su amante. Se mudó a la casa de sus papás y comenzó a buscar ayuda psicológica, la cual le benefició e hizo entender muchos de los comportamientos y reacciones que hubo durante la relación, logrando catalogar lo que sufrió como una “violación al alma”, que ocurre en silencio y sin dejar rastro físico como prueba.

La denuncia en el MP continúa en proceso activo. Sin embargo, Anahí afirma que no se han hecho las investigaciones pertinentes, por lo que teme que posiblemente fallen a favor de él. Uno de los problemas que resalta es que, en cada audiencia, la fiscalía le asigna un abogado diferente, por lo que nunca están familiarizados con el caso; lo mismo sucede con el juez. Incluso, intentó ampliar su denuncia a violencia económica, pero la fiscal no procedió. 

Con los ojos llorosos y apretando las manos, cuenta que, en una ocasión, una juez dimitió algunas pruebas que ella había presentado porque la fecha era antes de la creación de la Ley Contra el Femicidio y Otras Formas de Violencia Contra La Mujer, en el 2008. Sumado a esto, resalta que las audiencias han retrasado su proceso psicológico, ya que debe presentarse y escuchar las declaraciones del abusador una y otra vez, llevándola a sufrir cuadros de depresión con los que debe lidiar. 

El 9 de octubre de 2023 será la última audiencia. Ese día las medidas de seguridad que actualmente tiene pierden su validez, pues solamente están vigentes mientras haya una denuncia y un proceso penal activo. Es con este temor que Anahí comparte su historia, pues sabe que no es la única bajo este perfil y sobre esta contracorriente que ha tenido que afrontar.